¿Dónde está el Espíritu Navideño … en estos tiempos?.

Cada vez Diciembre se nos presenta antes; casi tenemos un pie en el calor veraniego, cada vez más prolongado,  y los detalles navideños nos invaden sin pedir permiso, ni tiempo para procesar y situarnos temporal y emocionalmente. La campaña de felicidad y festejos prefabricados se nos cuela en la vida, obviando las circunstancias mundiales, nacionales, familiares y personales. Sean favorables o desfavorables; nos encontremos bien, mal, regular o “medio pensionista”. Lo importante:  toca cumplir, aparentar, y como no, sin pensar.

“…pero… acaso….qué se celebra? En esta era en la que prima el individualismo, la apariencia y la desconexión emocional,…qué es el espíritu navideño?”

“Cada vez vamos todos más a lo nuestro, hemos perdido la sensibilidad y la unión entre nosotros. La competencia por el éxito, las tecnologías y el ritmo de vida acelerado nos ha deshumanizado…”

 “Y miro la Navidad que se nos ofrece: rápida, brillante, perfectamente envuelta.. Una Navidad que no pregunta cómo estas, si no, qué has comprado. Y me descubro cansada. No triste exactamente. Desubicada. Como si me hubieran invitado a una fiesta donde ya no reconozco el idioma”

 

 

 

 

 

¿QUÉ ES LA NAVIDAD? ¿CUÁL FUE SU ORIGEN Y SIGNIFICADO INICIAL?:

UN POCO DE CONTEXTUALIZACIÓN HISTÓRICA.

La Navidad no siempre fue un calendario saturado de luces eléctricas, compras urgentes y sonrisas programadas. Ni siquiera fue una fiesta cristiana desde el principio.

Originalmente era un rito litúrgico nocturno (pagano), una vigilia comunitaria, cuyo foco era el misterio de la Encarnación, la idea de un Dios que se hace humano. Estaba precedido de un tiempo de recogimiento y ayuno. Era un modo de reunirse para ofrecer esperanza, fortalecer la comunidad, marcar un sentido espiritual para el invierno. Celebrar la presencia de lo sagrado en lo frágil. Era un recordatorio de que la luz tenía sentido precisamente porque la oscuridad apretaba.

Fue en el siglo IV cuando se fijó la celebración del nacimiento de Jesús oficialmente el día 25 de diciembre, coincidiendo con el solsticio de invierno y con fiestas paganas que celebraban el renacer del sol. La Iglesia reinterpretó ese simbolismo: Cristo como la Luz que vuelve en medio de la oscuridad.

Así, con el tiempo se volvió una fecha gestionada por la Iglesia, por los Estados y, donde más pesa hoy, por EL MERCADO. Cada capa añadió su propio relato, su propia exigencia, hasta convertirla en un ritual en el que a veces cumplimos más que sentimos.

Los Recuerdos de la Infancia:

“Esa navidad sí que se sentía ligera, llena de sentido sin buscarlo”. Recuerdo la mesa abarrotada, la risa fácil, los primos escondiéndose detrás de las puertas. Recuerdo que no me preguntaba nada. Sólo vivía. Sólo estaba.

La ingenuidad era un colchón, una especie de abrazo constante.

Y pienso, con un nudo en la garganta: “Qué fácil era entonces sentir ilusión sin preguntarme si era adecuada. Qué fácil era sentir amor sin exigir nada.”

 


Y así la Navidad se convirtió en un ESPEJO IMPERFECTO: una mezcla de deseo auténtico y dictado social, de tradición y consumo, de silencio interior y ruido exterior.

Hoy, en plena economía emocional y del rendimiento, se nos pide “estar bien”, “estar juntos”, “estar felices”, como si pudiéramos fabricar estados internos del mismo modo que empaquetamos regalos, ignorando y ninguneando nuestros verdaderos sentimientos y necesidades.

Y en esa exigencia se cuelan desigualdades estructurales que duelen más precisamente en diciembre:

*Quienes sostienen empleos precarios deben trabajar más cuando los demás descansan;

*Quienes viven en soledad sienten ampliado el eco;

*Quienes llegan justos a fin de mes, conviven con el mandato del gasto;

*Quienes atraviesan pérdidas reciben el recordatorio constante de la ausencia;

*Quienes conviven en familias donde hay violencia, abuso, conflictos agudos..

*Por no mencionar las partes del mundo que viven en guerra y destrucción que tanto “ocupa nuestra atención”…hasta Noviembre. La lucha de poder derriba civilizaciones… Pero “sonríe, es Navidad!”

La Navidad así, no es sólo celebración, es escaparate de desigualdades…e incongruencias…

” Insisto, ¿Cuál era y es el significado de la Navidad? ¿Dónde está la Navidad? …Vuelvo a desorientarme”

   LA EVOLUCIÓN INTIMA: CUANDO EL DEBER SUPLANTA EL DESEO.

¿Qué queda de los rituales cuando los repetimos sin habitarlos?, ¿Qué estamos celebrando realmente con la Navidad?

Muchas personas la viven con un conflicto interno: lo que sienten es distinto de lo que se espera que sientan. La distancia entre ambas cosas genera culpa, agotamiento, sensación de insuficiencia.

Porque el capitalismo emocional no sólo vende regalos: vende un ideal de vínculos, un tipo de familia, un estado de ánimo específico. Y cualquier vida real (más compleja, diversa, herida, contradictoria) queda fuera del encuadre.

 

  ¿Qué es lo esencial? Lo que sucede cuando apagamos la maquinaria.

El espíritu navideño actualmente no suele encontrarse en los lugares más visibles. No está en los escaparates ni en la perfección de las mesas compartidas en redes. Está más bien, en los márgenes.

Habita en los gestos pequeños y no rentables: en quien escucha sin interrumpir, en quien se permite no estar bien, en quien pone límite a una reunión que duele, en quien acompaña sin resolver. Está en el silencio que no exige alegría, en el permiso íntimo de descansar de la obligación de “sentir lo que toca”.

El espíritu navideño sobrevive cuando lo humano se coloca por delante del mandato: cuando la vulnerabilidad no se maquilla, cuando el tiempo se desacelera aunque el mundo corra, cuando elegimos el cuidado por encima del rendimiento emocional. Aparece en la renuncia a la puesta en escena y en el regreso a lo esencial: presencia, verdad, dignidad.

Quizás hoy el espíritu navideño no sea celebrar más, sino exigir menos. No reunirnos por inercia, sino encontrarnos de verdad. No forzar la luz, sino sostener la sombra con respeto. Y quizás la pregunta no es dónde está, sino qué estamos dispuestos a soltar para poder verlo.

 

Rescatar el origen del espíritu comunitario hoy no pasa por inventar algo nuevo, sino por recordar lo que fue olvidado. Antes de ser espectáculo, la comunidad fue una estrategia de supervivencia emocional y material, Nadie se sostenía solo. La fragilidad no era un defecto: era un punto de encuentro.

Lo esencial de la navidad parece ser algo mucho más humilde:

*Una pausa.

* Una conversación que no exige máscaras.

* Un refugio compartido.

* Un gesto amable hacia quienes sostienen inviernos más duros..

* Un reconocimiento de que necesitamos a otros, pero no a cualquier precio..

Tal vez la esencia sea simplemente volver a la verdad de cada uno, sin obligaciones prestadas.

 

Entonces, ¿ qué lugar ocupan todos los “excesos” impostados que nos sobrecargan, desubican o perturban?

Quizás la navidad, tal y como está diseñada, no es compatible con todas las vidas. Tal vez nunca lo fue. Pero sí podemos “desobedecer” suavemente:

*Poner límites a reuniones que nos desgastan

*Reconsiderar las tradiciones en las reuniones familiares, si estas más perjudiciales que beneficiosas.: Redefinir el cómo reunirse, poniendo límites es más sano y por tanto navideño que seguir el dictado social.

*Elegir silencios antes que ruidos.

*Cuidar el bolsillo y la salud mental.

*Redefinir que es celebrar.

*Acompañar desde donde se pueda y hasta donde uno pueda,

*Permitirnos no encajar en el molde navideño.

No se trata de negar la fiesta, si no de recuperarla. De preguntarnos íntimamente: ¿Qué necesito yo esta Navidad?, ¿Qué deseo de Verdad y que sólo estoy obedeciendo? ¿Dónde me habito y dónde me pierdo?

Ahí, en esa pequeña resolución interior, quizás aparece el sentido: un modo de vivir la Navidad sin dañarnos, sin sobrecargarnos, sin traicionarnos, y sin dejar que lo impuesto ahogue lo que realmente importa.

 

Desde esta perspectiva, ¿ cómo se puede rescatar esa vulnerabilidad humana?

Antes de ser espectáculo, la comunidad fue una estrategia de supervivencia emocional y material. Nadie se sostenía sólo. La fragilidad no era un defecto: era un punto de encuentro.

La vulnerabilidad se rescata cando deja de ocultarse y se nombra sin vergüenza; no puedo, me duele, necesito. En una cultura que premia la autosuficiencia, mostrase vulnerables es un acto profundamente político. Implica renunciar a la máscara de competencia constante y recuperar el derecho a ser sostenido. La vulnerabilidad no debilita los vínculos; los vuelve reales.

 

¿Cómo rescatar la humanidad?

Devolviéndole tiempo. Implica volver a mirar al otro como fin y no como medio: escuchar sin optimizar, acompañar sin corregir, estar sin producir. La humanidad renace cuando dejamos de exigir coherencia perfecta y permitirnos la complejidad.

 

¿Y cómo estar para los más vulnerables?

Siempre desde la presencia horizontal. No desde la superioridad moral ni desde el rescate heroico. Estar es permanecer incluso cuando no hay soluciones. Es no abandonar cuando la incomodidad aparece. Es crear espacios donde no haya que demostrar nada para merecer cuidado. Para Los más vulnerables (personas solas, empobrecidas, en duelo, enfermas, excluidas) lo más reparador no suele ser el consejo, sino la continuidad del vínculo.

No se trata de grandes gestos, si no de mirar al otro. De aceptar que la fragilidad del otro nos interpela porque también es la nuestra.

Quizás rescatar la humanidad hoy consiste en algo sencillo y radical: volver a necesitarnos sin culpa.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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